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‘Amores Perros’, una película que no ha dejado de ladrar

‘Amores Perros’, una película que no ha dejado de ladrar

Amores Perros (2000)

A poco más de 20 años de su estreno, Amores Perros (2000) es la ópera prima de Alejandro González Iñárritu, formando así la primera parte de su Trilogía de la Muerte, junto a las cintas 21 Gramos (2003) y Babel (2006); que  aunque para un servidor este par no está a la altura de la primera, considero que gozan de buena reputación en su filmografía, contando con un excelente cast en ambos rodajes, que van desde Naomi Watts, Vinicio del Toro y Sean Penn, en el caso del segundo trabajo como director del ex locutor de WFM, hasta Brad Pitt, Cate Blanchett, Koji Yakusho (quien participó en el doblaje original de la película El niño y la bestia en 2015), Adriana Barraza y Gael García, éste último repitiendo en el tercer filme del realizador mexicano ya estabilizado Hollywood.

Su primera película lo dejó bien cotizado y los productores gabachos le tuvieron fe en proyectos futuros. Desde su creación, Amores Perros ya pintaba para algo diferente; su estreno fue en el Festival de Cannes el 14 de mayo de 2000, sumándose a esas pocas películas que consiguieron consagrarse con ese honor como Maria Candelaria de Emilio El Indio Fernández (1946), El Ángel Exterminador de Luis Buñuel (1962); El violín, dirigida por Francisco Vargas en 2006 -año en el que repite Iñárritu con la película Babel, siendo el único director de cine mexicano en lograr una segunda proyección en el festival francés- y Heli de Amat Escalante (2013), cintas que lograron conquistar el certamen más grande de la industria.

Este primer trabajo llegó para quedarse, consolidó su contenido por el más exquisito crítico de monóculo hasta llegar a nuestras casas en formato DVD clon a conquistar a una sociedad que ya extrañaba esas historias de nuestro México mágico.

Iñárritu nos relata visualmente una historia con elementos que ya se habían visto en otras cintas como Los olvidados (1950), Perro Callejero (1980), y Hasta morir (1994), entre muchas otras, pero fue un antes y un después en cómo se contaban los hechos de nuestro tercer mundo, ocupando desde una narración coral hasta soundtracks más atractivos. La composición de fotografía y cámara de Rodrigo Prieto de igual forma aportaron a consolidar este producto de transición de siglo, para  rematar con la forma narrativa, dando escuela de cómo se debían proyectar nuestros sucesos ahora, porque de ahí nació una nueva corriente en nuestro cine, más fresca al folklore de calle.

La película nos narra tres historias, que si bien no parten por un inicio no significa que lleven una secuencia inconcreta ya que se conectan por un incidente, pero el hilo conductor es tan delgado que podrían apreciarse como tres mediometrajes en un collage hecho película, pero ahí radica su magia, pues en una sola escena nos ata toda la historia dejándonos en breves cinco minutos un manojo de subidas y bajadas, dando pie al inicio de una vida con amor a los perros y otras acabando por el amor a los mismos, es aquí donde desmenuzaremos poco a poco cada capítulo que compone esta obra de nuestro cine contemporáneo.

La primera parte es donde Iñárritu nos atrapa mostrando un México doblado por la pobreza con la típica vivienda multifamiliar, brindándonos a un icónico Gael García en el papel de Octavio, un joven lleno de sueños y ambiciones que le va al Cruz Azul y que le gusta Dragon Ball, quien al crecer en el barrio la única esperanza de salir adelante es por medio del business y el dinero sucio pues acaba descubriendo que su perro rottweiler llamado Cofi (y sí, así se escribe por que es lo mexicano) es un trompo, un tiro, un chingón para la pelea de perros, aquí es donde acaba involucrado en este nefasto negocio.

Amores Perros
‘El Chayolastra’ Gael García y su compañero Cofi

Irónicamente Octavio ama a Cofi y viceversa, enseñándonos lo retorcidos que como dueños podemos ser, arriesgando la vida de esos caninos que nos son tan leales, pero que nosotros con ese amor tan oscuro abusamos de ello.

Mientras las peleas de perros se van desarrollando gradualmente hacia el éxito clandestino dentro del ghetto, Octavio acaba declarando su amor a Susana (Vanessa Bauche), su cuñada, quien está casada con Ramiro (Marco Pérez), que aparte de ser hermano del protagonista de esta primera historia también es su enemigo declarado, ya que la competencia por el amor de una mujer y la consolidación de quién puede generar más dinero acaban llevando un desequilibrio total a su hogar, dejando traiciones y engaños, lazos y vínculos rotos para toda la vida, dinero robado y rematando con toda la catarsis de Octavio hacia Cofi, pues lo empuja a seguir peleando a tal grado que acaban dándole unos balazos y con esto se consagra el perro como un campeón invicto, dejando a Octavio y a su amigo Jorge (Humberto Bustos) al borde de una situación que no tendrá vuelta atrás; aquí, querido lector, es donde este par sale en un Grand Marquis negro, en una persecución automovilística como pocas se habían visto hasta ese entonces, escena que muestra la gran visión que Iñárritu traía para la película, por la culminación de esta secuencia que acaba en una encrucijada de historias con un aparatoso accidente, cotidiano en la CDMX.

De aquí partimos hacia el segundo acto, uniendo un presente que se vuelve pasado en cuestión de segundos ya que en el choque antes mencionado queda una camioneta de lujo totalmente destruida y con la conductora severamente herida, con la pierna derecha prensada a los escombros de su vehículo. Es tan retorcido y oscuro cómo el director maneja una balanza moral que raya en el karma.

Goya Toledo como Valeria

Antes del choque Valeria Amaya, una modelo española interpretada por Goya Toledo, sale de una entrevista ese mismo día, donde la locación que se utilizó es en las oficinas de MVS. Aparte de modelar, la llamativa mujer es amante de un empresario llamado Daniel, encarnado por Álvaro Guerrero (actor de telenovelas mexicanas en la década de los noventa  y 2000), un sujeto poderoso gracias al tráfico de influencias y a la correspondiente adquisición monetaria.

Como ya lo mencioné, la escena del choque nos juega un principio y un fin, una exquisitez en la narración, ya que después de este accidente nuestra querida modelo se empieza a ver arruinada por el ego y la vanidad, donde jala a Daniel al mismo precipicio, pues estos dos habían decidido vivir juntos, él dejando a su familia y Valeria buscando ya una formalidad en la relación, pero recordemos que lo que mal empieza, mal acaba, y esta historia no es la excepción.

Estando ya en recuperación, enfrente de su apartamento han colocado un espectacular en donde aparece la misma Valeria modelando, el anuncio no la deja de acosar pues algo dentro de ella sabe que no volverá a estar así, aquí es donde su ego y vanidad se ven vertidos en ansiedad y obsesión; para acabarla de chingar, su perro llamado Richie se pierde en el mismo departamento y no halla la forma de encontrarlo, llevando su salud física y mental al borde del colapso. En ese momento Daniel sabe que cometió un error muy grande, al regresar por segunda vez del hospital, tras la crisis de su pareja, se encuentra ensimismado en sus pensamientos; sin embargo, el dios del rodaje es grande y escucha el ladrido de Richie, quien después de romper una cuantas piezas de duela es encontrado. El perrito será el consuelo de Valeria Amaya después de perder la pierna por negligencia. Sí, querido lector, Alejandro González Iñárritu nos romantiza al mismo tiempo que nos brinda drama con ese amor tan oscuro que le tenemos a los perros, y de aquí partimos al tercer y último acto.

Por último tenemos la historia de El Chivo (Emilio Echeverría), quien está en el pasado, presente y futuro, paralelamente, en toda la historia. Es el personaje más interesante que nos brinda está ficción: vagabundo, asesino a sueldo, guerrillero, maestro de docencia, amigo de un juda (policía judicial) y amante de los perros, ¿qué más podemos pedir a un personaje que se ancló en la memoria colectiva de nuestro país por más de una década? Es gracioso, porque en su descripción se narra el tercer acto donde sólo por completar la breve reseña pone en una especie de juego de supervivencia -al puro estilo de Jigsaw-, a dos empresarios que se traicionan el uno al otro, el buen Gustavo Miranda (Rodrigo Murray) y Luis (Jorge Salinas).

El Chivo acaba prendiéndola -como decimos en el barrio-, tanto por el pago de un homicidio como por estar en el momento y lugar preciso rescatando a Cofi, pero como el buen Iñárritu nos mostró en este filme, no todo puede salir bien y el karma se encarga de pasarte la factura.

El Chivo y su pandilla de canes

Cofi, acaba matando a todos los perros de El Chivo, dándonos ese giro que no esperábamos, en la cuál el expeleador canino mira al protagonista de la última historia con ojos de inocencia antes de que lo ejecute, y éste al reflexionar todo, en cuestión de segundos, le perdona la vida.

A pesar que le ganó a la vida con un dinero sucio, la vida le arrebató sus amores perros, de este acto el buen Chivo reivindica el camino tras más de veinte años de ausencia como padre, dejándonos ese sabor de chocolate amargo fuerte pero al final sabemos que es chocolate y con eso me refiero a que cierra con un ciclo existencial en el personaje, donde acaba diciendo un último dialogo: “Ya cállate pinche negro”, y esto no es coincidencia ya que así le dicen los más allegados al director, El Negro. Sin más, aquí se cierra esta hermosa, dramática e icónica historia de Amores Perros.

Iñárritu se consagró con esta película en un cine nacional que ya gritaba por una historia así, donde ocupó todos los recursos que su imaginación y creatividad le pudieron brindar, desde una ciudad llena de escenarios para la filmación hasta una semiótica plagada de la cultura pop de nuestro país en ese momento, consolidando este trabajo en galardones como el Ariel a mejor ópera prima, un Bafta a la mejor película de habla no inglesa y una nominación al Oscar por mejor película extranjera.

Queridos lectores, con esto cumplo con darles un poco del contenido de esta gran cinta, donde el destino, el drama y el amor a los perros nos dan una historia como pocas, en donde parece que las tres partes no están ligadas pero que se cruzan de una manera magistral. Y sí, puede que algún cinéfilo diga que estas historias ya se han contado antes, pero esta tiene algo en particular, que es cuándo y cómo se presento, que fue en la transición de nuestro cine antropológico narrando con amor ese gusto por los perros. Mención aparte es la inclusión de Control Machete en la banda sonora en una sus últimas apariciones.

Sin más, les invito a ver esta gran película, que si bien nos es el mejor trabajo de su creador por lo menos sí lo consolidó como un gran director, aparte sensibiliza sobre ese tema hacia los perritos. Lector, ve la película y si se te cruza un perrito callejero, cómprale croquetas e invítale agua, que al final no sabemos que Amores perros vienen detrás de sus historias.

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